martes, 23 de junio de 2009

Otra política exterior estadounidense es posible

La principal razón por la que surgió la gran ola antiestadounidense en el mundo árabe-musulmán fue por el respaldo incondicional de Estados Unidos en la política expansionista de Israel. Hace un par de años, antes de que Barack Obama llegara a la Casa Blanca, todas las encuestas confirmaban que la parcialidad de Washington en el conflicto palestino, junto con sus intervenciones militares en Afganistán e Iraq, habían sido las razones clave en la extendida falta de credibilidad a la Administración Bush.

En la Guerra del Ramadán de 1973, cuando los hebreos se enfrentaban a Egipto y Siria, Estados Unidos acudió al rescate de Israel y le concedió 2.200 millones de dólares en ayuda militar ante el peligro que tenía Israel de perder la guerra después de que los sirios tomaran los altos del Golán. Entonces, dicha intervención estadounidense provocó un enfado generalizado en el mundo árabe que desencadenó un embargo petrolero por parte de la OPEP, conocido como la Crisis del Petróleo de 1973. En aquel momento, Washington mostraba el soporte vital que proporcionaba al pueblo judío.

Desde la creación del Estado Israelí en 1948, la Casa Blanca ha proclamado en numerosas ocasiones que las colonias establecidas por Israel en los territorios ocupados conformaban “obstáculos para la paz”. No obstante, esta posición de influencia moderadora en el conflicto árabe-israelí choca, para muchos analistas, con la financiación de Israel para el desarrollo armamentístico del mismo.

De forma oficial, el Washington de George Bush no respaldó la ocupación e instó a un Estado palestino viable. Por otro lado, dicho gobierno se mantuvo callado mientras se construía la barrera de seguridad de Cisjordania, así como mientras sellaban Gaza y bombardeaban Líbano.

Con la llegada de Barack Hussein Obama, el primer presidente estadounidense negro y con antecedentes musulmanes, la política exterior de Washington ha dado un giro substancial pasando del unilateralismo de la era Bush al entendimiento y la cooperación entre Oriente y Occidente que propone Obama. Prueba de ello es el discurso que pronunció éste el pasado 4 de junio en El Cairo, en el que tendía la mano a los países musulmanes alabando su cultura y expresando la importancia del Islam en el desarrollo de la civilización. Obama habló tanto del sufrimiento judío del Holocausto como de la coexistencia de dos estados, el Israel y el Palestino, como necesidad para alcanzar la paz en Oriente Medio.

Como respuesta a las esperanzadoras palabras de Obama en la capital egipcia, el primer ministro israelí, Benjamin Netanhayu, declaraba el 14 de junio que se mostraba abierto a que ambos estados coexistieran siempre y cuando el palestino estuviera “totalmente desmilitarizado” y Jerusalén fuera únicamente israelí. Parece, pues, que tanto el pueblo palestino como el israelí tendrán que esperar a que estos atisbos de acuerdo tomen forma y se conviertan, finalmente, en la ansiada paz.

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